miércoles, 13 de agosto de 2008

Citas de Pulp

"Me senté y encontré en el cenicero medio puro apagado. Lo encendí, le di una calada, no tiraba. Lo volví a intentar. No estaba demasiado mal.
Me sentía introspectivo. Decidí no hacer nada más durante ese día. La vida agota a un hombre, le consume. Mañana sería otro día.



Y, como iba diciendo, a la mañana siguiente volvía a estar en mi oficina. Me sentía totalmente inútil. Era un inútil. Había miles de millones de mujeres por ahí fuera y ninguna emprendía el camino de mi puerta. ¿Por qué? Porque era un perdedor. Era un detective incapaz de resolver nada.



Tenía que pensar. Intentaba pensar. La mosca seguía paseándose por mi escritorio. Enrollé el Racing Form, traté de aplastarla y no lo conseguí. No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. –Maldita sea!
Me recosté de nuevo en la silla. Nacido para morir. Nacido para vivir como una rata acosada. ¿Dónde estaba el coro de las chicas? ¿Por qué me sentía como si estuviera asistiendo a mi propio funeral?



Empecé a sentirme eufórico ante la acción que se avecinaba. Se me ocurrió la idea de que podía colarme en el edificio y conseguir algo. Tal vez podría cazar alguna conversación suya por teléfono. Tal vez podría dar con alguna pista. Claro que era peligroso. A plena luz del día. Pero yo me crecía ante el peligro. Eso me hacía sentir un hormigueo en las orejas y se me apretaba el agujero del culo. Sólo se vive una vez, ¿no? Bueno, excepto en el caso de Lázaro. Pobre gilipollas, tuvo que morirse dos veces. Pero yo era Nick Be-lane. Sólo se monta uno en el tiovivo una vez. La vida es de los osados.



Maté cuatro moscas mientras esperaba. Maldita sea, la muerte está en todas partes. Ni hombres, ni pájaros, ni fieras, ni reptiles, ni roedores, ni insectos, ni peces, ninguno tenía una oportunidad. El final estaba fijado. No sabía qué hacer. Me empecé a deprimir. Ya saben, veo al dependiente del supermercado metiendo en la bolsa lo que he comprado y a continuación le veo metiéndose en su propia tumba junto con el papel higiénico, la cerveza y las pechugas de pollo.



Entonces la puerta se abrió de golpe. Y entró aquella mujer. Lo único que puedo decirles es que hay miles de millones de mujeres en este mundo, ¿verdad? Algunas están bien. La mayoría están bastante bien. Pero de vez en cuando la naturaleza produce un fenómeno salvaje, hace una mujer especial, una mujer increíble. Quiero decir que la miras y no puedes creértelo. Todo en ella es un movimiento ondulante perfecto, azogue, es como una serpiente, le miras un tobillo, le miras un codo, le miras el pecho, le miras la rodilla y todo se funde en un ser impresionante, provocador, con unos ojos bellísimos que sonríen, la boca un poco hacia abajo, los labios como si estuvieran a punto de soltar una carcajada ante tu indefensión. Y saben cómo vestirse y su pelo largo incendia el aire. –Demasiado! –Maldita sea, demasiado!



Caminando hacia la librería de Red me sentía un poco deprimido. El hombre ha nacido para morir. ¿Qué quiere decir eso? Perder el tiempo y esperar. Esperar el tranvía. Esperar un par de buenas tetas alguna noche de agosto en un cuarto de hotel en Las Vegas. Esperar que canten los ratones. Esperar que a las serpientes les crezcan alas. Perder el tiempo.



El hombre ha nacido para pelear por cada palmo de terreno. Nacido para pelear, nacido para morir.



El sexo es una trampa, un engaño. Es para los animales. Yo era demasiado sensato para ese tipo de mierdas. Volví a colgar el teléfono, abrí la puerta, salí, cerré con llave y me dirigí al ascensor. Tenía trabajo que hacer.



Algunas veces yo pensaba en mi hígado pero mi hígado nunca me hablaba, nunca me decía: –Para! Tú me estás matando a mí y yo voy a matarte a ti-. Si tuviéramos hígados que hablaran no necesitaríamos Alcohólicos Anónimos.



Por desgracia, aquella tarde acabé en el hipódromo y aquella noche acabé borracho. Pero no estaba perdiendo el tiempo, estaba reflexionando, examinando los hechos. Estaba justo en la cumbre de todo. En cualquier momento tendría la solución. Seguro.



Yo tenía talento, tengo talento. A veces me miro las manos y me doy cuenta de que podría haber sido un gran pianista o algo así. Pero ¿qué han hecho mis manos? Rascarme las pelotas, firmar cheques, atar zapatos, tirar de la cadena de los retretes, etc., etc. He desaprovechado mis manos. Y mi mente."



Charles Bukowski
Pulp

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